viernes, 1 de abril de 2011

DELIRIO CARNAL

Sus miradas se cruzaron y se descubrieron de inmediato. Nunca se habían visto, pero un escalofrío les sacudió el cuerpo. Sintieron una conexión indescriptible.
Se examinaron minuciosamente hasta memorizar los pliegues de la piel que se intuían bajo la ropa.
No podían dejar de observarse, en la distancia, entre la gente.
Interpretaban un extraño ritual de seducción irreflexivo, incontrolado.
Se acercaban cada vez más, sin hablar, percibiéndose -inexplicablemente- más cómplices, más excitados.
De pronto, un leve roce con el dorso de sus manos.
Una nueva convulsión. Los pulsos acelerados. Se tomaron de la mano y buscaron, sin hablar, un rincón propicio y aislado.
Los cuerpos apretados. Los dedos entrelazados. Los labios húmedos.
Ella clavó los pechos en su torso como dos cálidos puñales. Él se entregó a la pasión con una furia arrebatada e irracional.
El pulso se aceleraba, desbocado, borrando cualquier rastro de cordura y de equilibrio. El encuentro –irreflexivo y precipitado- desató en ellos sensaciones antiguas.
Acarició su rodilla hasta colocarla sobre la cintura, suavemente, ahora sin prisa. Sus dedos se deslizaron entre sus muslos hasta hacerla estremecer una vez más. Recorrió de nuevo su espalda con parsimonia, intentando detener el tiempo.
De pie, apoyados en la pared, sus cuerpos se agitaban, sudorosos, en movimientos espasmódicos con ritmo desigual.
Los silencios húmedos no necesitaban explicación.
Ella sentía su respiración acelerada junto al oído, como un susurro, y ambos sincronizaban una excitación que iba elevándose hasta el delirio.
Se aproximaron pasos. La puerta. Alguien intentaba entrar al almacén. La agitación se disparaba. Se interrogaron con la mirada, la respiración entrecortada.
Él se giró y extendió su mano bruscamente, intentando detener aquel sonido.
El despertador marcaba las 7 de la madrugada. Lo habría asesinado.

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