martes, 4 de diciembre de 2012

EL TWITTER DE @SUSAN (DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI)


Benedicto XVI, el Papa tuitero
En los últimos días no dejo de oír hablar de que el Papa se hará tuitero; no se convertirá al tuiterismo –sólo faltaba- pero tuiteará de vez en cuando, cuando le llegue la inspiración divina. En pocas horas ha logrado disparar el número de seguidores y es probable que -con una buena campaña de marketing- consiga más followers que feligreses.

Al fin y al cabo de eso se trata, de que le sigan. Ya le hubiese gustado a Jesucristo haber tenido un tablet y publicar sus post en un blog y sus actualizaciones de estado en Facebook o en Twitter; otro gallo hubiese cantado.
Benedicto XVI ha elegido Twitter, y no otra red social, por la similitud del pajarito con el espíritu santo en forma de paloma, y por la inmediatez de los mensajes; osea, que busca lo que todo especialista en marketing: la viralidad de todos sus follows.
 El Papa utilizará el nick @pontifex, aunque bien podría haberse logueado como @SuSanXVI -el de @susan_tidad ya está pillado-, que suena un pelín más moderno, así para una cuenta más personal, más informal, más mundana.
En ese afán por “estar en el mundo”, SuSan y su corte vaticana han sido instruidos en esto de las redes sociales por un español, que les ha dado un curso ad hoc; es decir, resumido en menos de 140 caracteres: “Meditar el mensaje, escribir sin faltas de ortografía, usar hastag, dejar espacio para respuesta o RT y publicar. Dios nos asista”.
Y en el plano online pasa lo mismo que en offline, que suma seguidores sin haber hecho nada. El primer tweet está previsto para el 12 del 12 de 2012  –seguro que será trending topic- pero ya tiene follows para aburrir, así que ya puede ir abreviando las misas porque no le va a dar tiempo a todo. Y algo que no dice mucho a su favor, que se está siguiendo a él mismo en siete idiomas; o sea, que no sigue ni a Dios.
Los tuiteros ya le han hecho llegar montones de preguntas pero muchas quedarán sin respuesta, que no es de recibo decirle “Hola @pontifex, cuando usted va al WC, mea culpa?” Han dicho que sólo contestará asuntos relacionados con la fe, y punto.
Con esa legión de followers que está acumulando le empezarán a llamar para dar talleres y cursos acelerados, conferencias, y no me extrañaría incluso encontrármelo haciendo networking en el próximo @sidraandtweets.
Por si ocurre, estoy por completar su time line con unas cuantas questions, para que vaya meditando la respuesta, pero mejor se las envío por Direct Message, con saludos de @pazgmelcon.
Amén.

martes, 20 de noviembre de 2012

NUNCA LE HABÍA REGALADO FLORES



Rosa roja, una por cada año de dolor
Nunca le había regalado flores. Quiso haberlo hecho antes pero no había encontrado el momento.
La descubrió radiante, deslizando el tenedor a su sitio exacto, estirando la servilleta con los dedos, colocando la copa frente al plato, a la derecha, con precisión milimétrica.
Había preparado mesa para dos, velas, un pequeño adorno floral, un buen vino.
Lucía espectacular: vestido negro, tez morena y labios de un rojo intenso, como el día en que él quedó para siempre prendido de su sonrisa.
La cena tenía que ser perfecta.
La sorprendió el sonido de la puerta y el corazón volvió a dar un vuelco. Se giró con rapidez, desconcertada al verle de pie, con un ramo de rosas en la mano.
“Te traigo un regalito, cielo”, dijo sin dejar de observar la mesa organizada con mimo. Y levantó la mano para que pudiese ver las flores.
Ella dio un paso atrás, sobresaltada, mirando fijamente el puño que tantas veces la había golpeado. Y su sonrisa se transformó en temor.
Arrastró con ella parte del mantel y las copas cayeron sobre la mesa, derramando el vino sobre la alfombra.
El lanzó con fuerza las llaves y arrojó las flores contra el suelo. Se acercó a ella con paso firme y agarró sus hombros con fuerza.
“¿Y ahora qué, siempre tienes que ser tan torpe?”, gritaba. Apretó los dientes mientras la zarandeaba y sus ojos le devolvían el reflejo del terror, de la pesadilla repetida.
Había preparado esa cena con detalle: su plato favorito, el vino que más le gustaba, el vestido que había rescatado del fondo del armario, el pelo suelto, ondulado, como aquel primer día.
Dejó caer el cabello sobre la mejilla para disimular el morado de su rostro y cubrió sus piernas con medias negras para esconder las marcas de su última derrota. Ensayó su mejor sonrisa y contuvo la respiración.
Trece años; debía ser el momento del cambio. La cena tenía que ser perfecta, sólo así comenzaría la metamorfosis, se acabaría la tiranía y la sumisión; todo sería como al principio. Lo había prometido.
La zarandeó con rabia, lleno de ira, y ella cerró los ojos. Pasó la mano por su cabello y sintió el calor húmedo de la sangre deslizándose entre sus dedos, tiñendo de rojo la negra melena. ¡Seguía siendo tan bella!
Debía ser el momento del cambio; ya no habría más golpes, no más abusos, ya no más palizas. Lo había prometido.
En el suelo, trece rosas, una por cada año de dolor; rojas, como la sangre que brotaba de su cabeza.
Nunca le había regalado flores. Quiso haberlo hecho otras veces pero no había encontrado la ocasión.

lunes, 29 de octubre de 2012

MI ABUELO HA VUELTO A LAS ANDADAS




Dos imágenes de Braulio Melcón (arriba izda. y abajo dcha.), colgadas en la pared del bar Rancho Grande, de Cistierna


Mi abuelo ha vuelto a la taberna. Tres décadas después de su muerte, Braulio ha regresado a uno de los bares en los que se reunía con amigos y conocidos, para nostalgia de unos y descubrimiento de otros.
En el bar Rancho Grande, en la mismísima Plaza Mayor de Cistierna, en León, a los pies de los Picos de Europa, se han instalado unos cuantos personajes y un montón de recuerdos, congregados a través de fotografías antiguas tomadas en el propio bar o en las proximidades. Y mi abuelo, que animó muchas y largas veladas en ese y en otros establecimientos de la villa, se sumó a la fiesta.
Braulio Melcón era conocido en todo el contorno, tanto como el borrico del que se servía para realizar su trabajo. Era Braulio, el del burro, y la fama de ambos traspasó fronteras.
Fue mi abuelo sepulturero y precursor en el tratamiento de residuos sólidos urbanos; es decir, el que recogía la basura y la transportaba en el carro hasta el basurero –no había entonces CTR ni nada que se le pareciese.
Luego se recicló y transformó su empresa –él, su carro y su burro, básicamente- y se convirtió en transportista de mercancías generadoras de energía; o lo que es lo mismo, repartía a domicilio el carbón que la empresa minera de la zona entregaba cada mes a sus empleados.
Socarrón, creador de chascarrillos y amante de la juerga, contribuyó denodadamente a la promoción de los vinos de la tierra, sin hacer ascos a un Rioja o un Valdepeñas, que debían ser los más afamados de la época. Y en su empeño por fomentar la viticultura y el florecimiento de las empresas del ramo, no había día que no chatease en unos cuantos bares de la villa, cuando chatear no tenía más significado que tomarse unos cuantos chatos de vino.
El burro, fiel y paciente compañero, le acompañaba abnegado en el recorrido, y no había más que observar dónde se encontraba el pollino para descubrir en qué cantina estaba repostando el dueño. A la voz de “¡tira p´alante!”, el borrico seguía sin dudar hasta la siguiente parada, que más que animal parecía un noble sirviente. Y ahora, Braulio, el del burro y el burro de Braulio -tanto monta- han vuelto a las andadas.
Al burro no sé pero a mi abuelo se le ve la mar de contento.
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