lunes, 16 de mayo de 2011

DELIRIO CARNAL (IV)

No lo podían creer.
Levantaron la vista y se reconocieron. Se incorporaron de inmediato, sin dejar de mirarse, incrédulos y estremecidos.
No había duda. O si.
Quién era. Estaba en un sueño o era real. Qué hacía en esa oficina. Qué tenía que ver con su campaña. Cómo había llegado allí.
Qué estaba pasando.
Las preguntas se agolpaban en sus cabezas. No había respuesta, sólo desconcierto, incertidumbre.
Volvieron a mirarse, perplejos.
Intentaron recomponerse. Una decena de personas les observaba y esperaba el inicio de la reunión. Ocuparon los lugares asignados.
Ella comenzó proyectando gráficos, cifras, imágenes. Habló de potenciales clientes, desgranó los puntos fuertes de los competidores, analizó sus habilidades, desentrañó sus estrategias.
Luego desmontó sus argumentos y sorprendió con unas propuestas audaces y decididas.
Lo hizo calmada y firme. Nadie lo había percibido pero en su interior se agitaba, perturbada, en busca de alguna explicación.
Él seguía las explicaciones sorprendido. Era hábil, ingeniosa, sagaz, inteligente. Sencillamente brillante.
Se acercó las manos y creyó percibir aún la sutileza de su perfume. Frotó los ojos y reprimió el deseo de tocar su cintura y besarla allí mismo, sobre la mesa, ante la mirada de un puñado de ceños fruncidos y cuellos ahogados por las corbatas.
Durante casi dos horas de reunión intentaron esquivar las miradas. Eran tantas las dudas y tanta la inquietud que era mejor evitarlo. Luego se dejaron engullir por el grupo de camino al lugar donde celebrarían el acuerdo. Sólo quedaba brindar por un éxito seguro.
Volvieron a observarse en la distancia y se aproximaron lentamente, mientras conversaban con otra gente.
Sus manos se rozaron y un escalofrío les hizo estremecer de nuevo. Volvían a estar perturbados y confusos. Asistían atónitos a algo que ya habían vivido, o soñado. O ninguna de las dos cosas.
De pronto, una habitación de hotel. El resto había desaparecido. Sólo los dos, mirándose. Las manos entrelazadas.
Acercaron los labios y comenzaron a besarse, sin prisa. Los ojos cerrados, los cuerpos cada vez más juntos.
Ojalá no despertasen nunca.

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