viernes, 6 de mayo de 2011

DELIRIO CARNAL (III)

Lo habría asesinado.
Dio un salto en la cama, como si fuese a caerse, sobresaltado.
Giró la cabeza y buscó con la mirada. Esa no era la mujer que había agitado su sueño. 
Aquella respiraba aún jadeante y excitada. Podía sentir su aliento junto al oído.
Sentado en el borde de la cama, cerró los ojos intentando recuperarla.
En vano.
Apoyó los codos en las rodillas, la cabeza entre las manos. Apretó la frente con fuerza.
Se giró de nuevo.
La mujer que dormía a su lado ni siquiera se le parecía.
Pensó que era un espejismo.
Se frotó los ojos. Aquel cuerpo seguía ahí, aletargado, pero no era el que él anhelaba. Ese se había desvanecido.
Abrió apresurado un frasco de perfume. Tampoco era ese el aroma que le había trastornado y que guardaba aún en sus manos.
Qué había pasado.
Cerró de nuevo los ojos. Imaginó el agua recorriendo su cuerpo bajo la ducha. Recordaba cada centímetro de su piel. Su cuello suave, su vientre terso, sus muslos firmes. Si estiraba la mano podría tocarla.
El roce con la toalla le devolvió a la realidad.
Se secó rápido y acabó el ritual del baño apresuradamente. Quería sentir en la calle el frio de la mañana. Quizás así volvería a su vida real.
Si es que había en aquello algo de cierto.
Veía pasar la gente desde el taxi como un sonámbulo. Cuando entró en el edificio casi levitaba. Sus socios esperaban junto al ascensor. Pulsaron el 13. Vaya número.
Le ofrecieron café junto a una gran mesa ovalada. Sí, necesitaba despejar.
Depositó la cucharilla en el platillo y sintió un golpe en la espalda. La taza cayó. El suelo apareció sembrado de papeles. Se giró bruscamente.
No lo podía creer.

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