Muamar Gadafi/Foto El País |
Estos líderes mundiales son la bomba. No tienen
suficiente con someter a un país durante décadas, a ejercer su tiranía sin
rubor y a promover y alentar guerras sin despeinarse. Les parece poco y deciden
soltar esa lengua que les define como auténticos pensadores para aleccionar a
las masas, y es entonces cuando nos regalan perlas impagables.
Muamar
Gadafi es uno de esos personajes -paradigma de la
intelectualidad- que en su infinita generosidad no sólo ha decidido enfrentarse
brutalmente a la decisión de un pueblo rebelado contra su opresor, sino que se
afana en exhortar a sus seguidores a una lucha cruenta y fratricida.
Como referente para su pueblo, lejos de enfrentar la
situación con dignidad y facilitar una transición pacífica, ha hecho lo que
todo patriota que se precie debería hacer en semejantes condiciones: huir y
esconderse, no sea que a los insurrectos se les ocurra presentarlo ante un
tribunal que le pida cuentas de sus atrocidades.
Pero incluso en circunstancias tan complejas se esfuerza
por alentar a sus seguidores a una confrontación sangrienta, aunque eso
signifique que su sometido país “sea pasto de las llamas”.
“No vamos a rendirnos. No somos mujeres”, ha dicho en un
arrebato de hombría indiscutible y solemne integridad.
Y se ha quedado tan ancho.
Si el asunto no fuese tan serio creería que semejante
joya se le habrá ocurrido cuando esperaba a que le subiese el tono del tinte, durante
una sesión de implante de cabello o mientras se ataviaba para resucitar a los Village
People. Todas ellas actividades muy loables, pero que seguro le han restado
tiempo para conocer la realidad de su país, en el que la inmensa mayoría de las
mujeres los tienen mucho mejor puestos que su menguado cabecilla.
O será que le ha
afectado el líquido de la permanente.
En cualquier caso, ni atisbo de duda de que Gadafi es arquetipo del macho machote.
Faltaría más.
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