lunes, 7 de agosto de 2017

UNA VENUS EN LA PLAYA

Una Venus rubia en la playa



La playa es un lugar estupendo para pasar el día sin aburrirse. No son necesarios libros ni periódicos, ni una tablet, ni siquiera un teléfono móvil. Observar el paisaje, pero sobre todo atender al paisanaje, es suficiente para mantenerse al día de lo que ocurre en Nueva York, Tokio o en el tercero B de la primera calle perpendicular al paseo marítimo, empezando por la izquierda.


Si dos o más personas se instalan a menos de cinco o seis metros de donde te encuentras, la diversión está asegurada. Hay gente que aporta más datos que los servicios informativos de cualquier canal de televisión.


La playa es el lugar perfecto para comprobar la imperfección del mundo en general y de los cuerpos en particular. Entre bañistas, caminantes y curiosos se conforma a diario una gran pasarela de tipos cotidianos y peculiares, un desfile genial de personajes que pasean sus logros, sus inquietudes y sus anhelos con la desinhibición que alientan el sol y el relax.


Y en medio de esa relajación hace acto de presencia una ninfa, una Venus emergiendo de las aguas para turbar el descanso de los varones y atraer las miradas recelosas de algunas mujeres.


Una diosa rubia con el pelo recogido en un moño alto, los ojos más azules que el mar que le moja los pies, pestañas larguísimas y el rostro perfecto, con una piel lisa, ligeramente dorada y una sonrisa de dientes blancos brillantes, como recién salidos de un anuncio. Los labios carnosos, adornados con un rojo encendido, más subido que el rubor que toca las mejillas.


El cuello… el cuello es perfecto, largo y esbelto, con un pequeño lunar justo debajo del lóbulo de la oreja derecha, una oreja pequeña sobre la que cae un mechón de ese pelo trigueño que se desliza levemente recorriendo la nuca. Y en la nuca, anudado el sujetador de un minúsculo bikini que, caprichos del azar -o no- , oculta los pezones de sus pechos generosos con dos grandes hojas verdes sobre fondo blanco.


Los brazos largos y sus manos de dedos finos estilizan aún más su ya esbelta figura.


Los abdominales, apenas marcados, y el ombligo, redondito y hundido, resaltan en un vientre sin un gramo de grasa, sin atisbo de excesos. Y cinco dedos por debajo, otra hoja verde sobre fondo blanco conforma el tanga mínimo con el que se pasea por la orilla. Los glúteos perfectamente trabajados, redondos y apretados, anuncian unas piernas delgadas y gráciles.


Una ninfa, una diosa casi perfecta.


Casi, porque con tal porte, con semejantes tetas y culo ¿quién ha desviado la mirada hasta identificar la magnitud de sus juanetes?


Pues los tiene. Y torcidos los dedos índice y corazón. En definitiva, un cuerpo perfecto pero unos pies horribles.


La mujer que pasa junto a ella esboza una leve sonrisa. ¡Qué le vamos a hacer; no se puede tener todo!


Por cierto, ¿alguien sabe por qué los pies tienen que ser –casi- siempre tan feos?
 
 
 
 
 

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