Decía Aristóteles que “algunos creen que para ser amigos basta con querer, como si para estar
sano bastara desear la salud”. Una vez más tenía razón.
En días de grises y luces, cuando la vida te sube a una montaña
rusa de emociones e incertidumbres; cuando corazón y estómago se asientan -por
turnos- en la garganta; en medio de ese terremoto de pesadumbres aparece
siempre la mano amiga, la que te rescata de la aflicción, la que ahuyenta con
una sonrisa la tristeza.
Y, de pronto, las manos se multiplican, como gotas de
agua en una lluvia de caricias y voluntades.
De la adversidad se sale con fuerza física mermada, pero con
el espíritu repleto, colmado, pleno de ánimos y de afectos.
Gracias por ofrecer un pedazo de cielo.
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