El presidente de la CEOE, Juan Rosell (derecha) y Juan Luis Feito / Foto Europa Press |
Están los dirigentes de la CEOE aplaudiendo con las
orejas la nueva reforma laboral, que viene a otorgarles poder absoluto para
hacer y deshacer a su antojo sin medida ni control, que les proporciona poder
suficiente para contratar y despedir, pagar o dejar a deber, y exigir pleitesía
a sus trabajadores sin que se les despeine ni una sola de las ondas del
flequillo. En definitiva, que les nombra dueños y señores y les otorga prerrogativas
propias de los monarcas absolutistas; sí, aquellos que acabaron con sus cabezas
separadas del cuerpo después de sufrir un accidente tonto con una guillotina.
Pero como siempre ocurre, que cuando más das, más te
piden, los señores de la cúpula empresarial no tienen suficiente con ejercer –una
vez más- su influencia más rotunda sobre el legislador; van más allá y se
proponen a sí mismos como auténticos cerebros de un nuevo cambio de legislación
que les otorgue ad eternum patente de
corso. Para eso son poderosos -que para algunos es sinónimo de sabiduría- y por
eso su palabra pretende ser ley. Y punto.
Ya han dicho que, si por ellos fuese, un parado que
rechace un puesto de trabajo “aunque sea en Laponia”, no tendría derecho a
percibir una prestación.
¡Ole, ole y ole! Sí señor, como debe de ser. A ver si un
señor –o señora, que no he oído hablar en esto de discriminaciones- va a tener
ahora derecho a negarse a aceptar un trabajo con horario flexible –es decir; de
12 horas- con jornadas continuadas –sin descanso semanal-, con remuneración
optimizada –sin pagas extraordinarias-, cobrando nada menos que un sueldazo de
800 euros.
¿Y con esas condiciones todavía no está dispuesto a coger
el atillo y marcharse a Laponia? A ver dónde va a pensar que vive ese sujeto,
que igual se siente un potentado y hasta hace amago de presentar su candidatura
a la presidencia del órgano que representa a la patronal. ¡Faltaría más!
Para mí que es un exceso de gomina, de loción capilar o
de almidón en los cuellos de las camisas, que se pasan en las dosis, y luego se
les suelta la lengua sin que las palabras puedan llegar a procesarse en el
cerebro.
Quien habla de parados como si fuesen delincuentes, lo
más cerca que ha estado de esa situación ha sido al pasar su coche con chófer
dos calles más allá de una Oficina de Empleo. Quien es capaz de mandar
alegremente a un desempleado “a Laponia” no ha dejado su casa más que por viaje
de placer o por cuestiones de trabajo; en el primer caso, sarna con gusto; en
el segundo, acostumbra a alojarse en un cinco
estrellas o en un exclusivo resort
para celebrar una junta general, que suele tener poco de general y bastante más
de ajunta.
Lo siguiente –está al caer; calculo que no será más allá
de unos pocos días- será exigir que se implante de nuevo la famosa Ley de Vagos
y Maleantes que tan buenos resultados dio a un señor con bigote, y que le
permitió barrer de la calle o echar fuera de su casa a cuantos “indeseables” que
amenazaban la integridad del país -¿o era nación?- con su pobreza, su identidad
sexual o por dedicarse al peligrosísimo mundo de la farándula.
Pero ándense con cuidado, oigan, que a toda tortilla,
para que cuaje, le llega el momento de dar la vuelta. Y quien hoy se queja de
las reivindicaciones de los trabajadores puede verse muy pronto echando el
cierre de su chiringuito y haciendo cola a las puertas de una oficina, junto a
los que hoy ve como inmundos maleantes. Y en esas circunstancias, sobrevive
mejor quien está acostumbrado a la moderación y a la cautela que quien aterriza
de golpe en la precariedad procedente del abuso y del exceso.
El contrapunto del poder absoluto puede estar en la
revolución –a veces también absoluta- y en ocasiones estas acabaron con alguna
cabeza dentro de un cesto.
¡¡¡GENIAL!!!
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