Bolas del sorteo de la lotería de Navidad en uno de los bombos |
Otro año más, con la puntualidad de un reloj suizo, los
niños de San Ildefonso vuelven a llenar hogares y comercios, calles y negocios,
de la música que desde hace décadas marca el inicio de la Navidad. El sorteo de
lotería más esperado del año reparte recuerdos e ilusiones, además de –dicen-
un montón de dinero.
Vuelven los niños cantores a resonar en los tímpanos,
nerviosos pero con voz firme, que para eso han estado ensayando todo el año.
La bola sale del bombo y se desliza por el embudo
metálico hasta tocar el cristal de otro pequeño depósito en el que pocas veces
entra con determinación. Y se empeña en girar sobre la boca, como dudando si
dejarse caer de una vez o tirarse al suelo para poner en danza a todo el
personal.
- Cuarenta
y siete mil trescientos noventa y uno.
- Mil
euros.
Y otro giro al bombo. Y
millones de personas pendientes de que el dichoso niño saque de una vez su
bola; la que lleva impreso su número, se entiende.
Y el niño que no acierta a
cantar el número y se atasca. Y el otro niño que mira sorprendido a su
compañero. Y el primero con cara de “trágame, tierra”, hasta que al final se
arranca y canta. ¡Uf, vaya trago!
Otra vuelta al bombo y otra
pareja de niños. Y vuelta a empezar.
La bola que sale del bombo,
el niño que canta el número, el compañero que canta el premio. Y otra vez que
el número no coincide. A seguir agudizando el oído.
Y otra bola más. Ahora gira
sobre el cristal, y gira, y gira, y al final acaba en el suelo.
El niño corre tras la bola. La bola da un bote
y se echa a rodar. Cuanto más corre el niño más se apresura la bola.
El salón de loterías y el
resto del país conteniendo la respiración. Y Jonathan Javier persiguiendo la
bola hasta que al final la alcanza. Todo el mundo respira al fin. El niño
vuelve a su puesto y canta por fin el premio.
- Mil
euroooos.
Tanto sobresalto para eso.
Avanza el día y el gordo no sale. “Claro, como es gordo, le
cuesta”, bromea el gracioso.
Cuando consigue librarse del
corsé de alambres, el gordo sale,
siempre sale, y con él llega la algarabía. Sorpresa, expectación, nervios y un
bullir de gente que no sabe muy bien donde va.
Los agraciados aparecen poco
después dando saltos de alegría y derramando cava, como si quisieran acabar con
la sequía empapándose de alcohol.
Que si está muy repartido,
que si ha alegrado la Navidad a los trabajadores de un polígono en crisis, que
si ha tocado donde más necesidad había. No sé qué tiene el dinero que todos
quieren tapar agujeros con él.
Y los que no han corrido
igual suerte se consuelan con eso de que lo importante es la salud.
Tan seguro como que cada 22
de diciembre se celebra el sorteo de la lotería de Navidad y dos días después
es Nochebuena.
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