De izquierda a derecha, Pablo Casado, Albert Rivera, Pablo Iglesias y Pedro Sánchez |
Llevamos
meses inmersos en una crisis política e institucional que nos termina abocando
a elecciones, las terceras en menos de un año. Los políticos que hemos elegidos
han demostrado no ser capaces de comprender cual ha sido el mandato de las
urnas y mucho menos ponerse de acuerdo para gobernar el país.
Estamos
ante una camada política incompetente para la gestión. Y digo camada porque de
clase estos políticos tienen poco y se comportan más bien como seres primarios,
ocupados únicamente en perpetuar su posición predominante en la tribu.
La
convocatoria electoral del 10 de noviembre no es sino el símbolo de un fracaso.
El de los políticos, que han demostrado claramente su irresponsabilidad frente
al mandato de los electores, y también el nuestro -por qué no decirlo-, por
comulgar con ruedas de molino y no exigir de una vez por todas que cumplan con
la misión asignada o que indemnicen por los daños.
Si
tuviesen que retribuirnos por los perjuicios causados durante estos meses, por
el daño emergente, no perderían ni un minuto en remangarse y comenzar a
trabajar, que es lo que han dejado de hacer. Y no me digan que han estado
trabajando, convocando reuniones, y asistiendo a comisiones porque si lo han
hecho ha sido buscando su propio beneficio.
La
izquierda se divide y arroja basura para responsabilizar al otro de la mierda
que les rodea. Mientras, la derecha se agrupa y escupe exabruptos para
descalificar a propios y extraños. Y el centro, ni ha aparecido ni se le
espera.
Entre
ametrallar insultos, aventar improperios y arrojar ultrajes, nuestros
dirigentes se han pasado meses sin producir más que gastos en sueldos que no se
han ganado. Han dilapidado plazos y dejado
pasar el tiempo para ver si, entre provocación y ordinariez, nos
olvidábamos de los pésimos resultados electorales que tuvieron en mayo, para
tratar de resurgir en sus partidos lanzando insolencias hacia los otros,
golpeándose el pecho cual macho alfa. Se han debatido durante meses entre el
niño caprichoso que coge una perreta en el patio del colegio y el pandillero de
barrio con pantalones cagones y gorra del revés bailando regetón.
Y
entre tanto, juegan con el lenguaje inventando términos inexistentes,
tergiversando conceptos a su conveniencia, haciendo gala de su arrogante
ignorancia y de su desastrosa retórica. Es decir, mienten sin ningún rubor.
Y
ahora nos esperan unas semanas de desfile de gallitos sacando pecho, de “y tú
más”, de personajes en busca de un crédito que no se merecen, y vuelta la burra
al trigo.
Nuestros
políticos se manejan entre la irresponsabilidad y la impostura.