jueves, 28 de abril de 2011

DELIRIO CARNAL (II)

Lo habría asesinado.
De repente desapareció. Era como si se hubiese esfumado, como si nunca hubiese estado allí.
Ella recorrió la cama con su mano, buscándolo, con la esperanza de que aún permaneciese a su lado. Se resistía a abrir los ojos, alentando el deseo de descubrirlo todavía.
Sólo encontró las sábanas revueltas, enredadas entre sus piernas, descompuestas, como ella misma. Él se había desvanecido, como un sueño, pero podía sentir aún su presencia rotunda y definida, la fuerza de las manos sobre sus muslos.
Se deslizó un rato más en el revoltijo de la cama, rebelándose a aceptar la realidad. Acabó rindiéndose a la evidencia.
Abrió los ojos y se interrogó. Quién había irrumpido en su descanso sin permiso, quién había transformado en desasosiego su reposo.
Y ahora qué.
Respiró profundamente y dejó caer de nuevo su cabeza sobre la almohada.  Sólo quería regresar a su sueño.
Vaya modo de comenzar el día.
Se levantó, decidida a alejar aquel espejismo. Nada mejor que una ducha para despertar de esa alucinación.
Removía con parsimonia el café aún humeante. Con el tintineo de la cuchara contra la taza, su recuerdo, lejos de desdibujarse, resurgía con fuerza.
Lo tomó de un sorbo, rápido, en un intento de acabar con esa imagen, y salió a la calle, con el cabello aún húmedo.
En su despacho encontró los mismos documentos amontonados que había dejado la noche anterior. Eso no había desaparecido.
Repasó los primeros expedientes y guardó el voluminoso en la carpeta verde. La reunión estaba a punto de comenzar y el nuevo cliente esperaba un proyecto de campaña completo y satisfactorio. Todo estaba listo y en orden.
Caminó junto a sus compañeros hacia la sala de reuniones, esbozando una sonrisa, con paso firme. La presentación sería un éxito.
 La puerta se abrió. El hombre dio un paso atrás. Tropezó con su espalda.
A dos minutos del comienzo y los papeles sembrados por el suelo. Empezó a alterarse sin disimulo.
No lo podía creer.

lunes, 25 de abril de 2011

OTRA “GRÂNDOLA” PARA PORTUGAL

Treinta y siete años después de que Portugal despertase a la democracia, tras casi 41 años de dictadura salazarista, el país vecino se enfrenta a una difícil situación, marcada esta vez por la dominación de los mercados.
Una crisis cada vez más complicada -y el rescate financiero al que acudirán sus vecinos europeos para evitar el colapso económico- marcan hoy el ambiente de asfixia y de estrecheces que viven ahora por los portugueses. El día a día se desarrolla para ellos en una incertidumbre constante, como ocurría en los días previos a aquel 25 de abril de 1974, cuando el ambiente político se calentaba al otro lado de la frontera.
Pero ahora el opresor no se llama Salazar ni viste ropa militar. Su nombre tiene muchos apellidos y luce trajes confeccionados a medida por sastres exclusivos que sólo trabajan para clientes distinguidos.
Hace ahora 37 años, en Rádio Renascença –no podía haber mejor nombre para la ocasión- sonaba la canción que José Zeca Afonso  había compuesto en homenaje a la Sociedade Musical Fraternidade Operária Grandolense.

“Grândola, vila morena” se convirtió en la señal para el arranque de las tropas de Lisboa y de que la revolución ganaba terreno.
Los tanques recorrían la ciudad y mujeres y niños depositaban claveles rojos en los cañones de los fusiles de los soldados. Esas imágenes recorrieron el mundo. Era el fin del Estado Novo y la llegada de la democracia.
Quizás los portugueses sueñen con que lo que se convirtió en himno de la Revolución de los Claveles les traiga hoy otra revolución, pero esta vez para librarles de la tiranía de los ambiciosos.
“Grândola, vila morena” sonará hoy de nuevo en todos los rincones de Portugal. Veremos si tiene algún efecto.

jueves, 21 de abril de 2011

PASIÓN ¿DESENFRENADA?

Caperuces, cofrades, medallones, sandalias y faroles. Las calles de pueblos y ciudades se tiñen de negro y púrpura y se impregnan de olor a torrijas, buñuelos y pestiños.
La gente corre, apresurada, buscando un buen lugar en la procesión o un sitio privilegiado en primera línea de playa.
Unas cuantas horas pegado a un asiento para sentirse engullido por el gentío o relajarse contemplando un paisaje solitario de montaña.
Vacaciones tras un trabajo intenso o faena doble para atender el descanso del viajero.
Semana Santa. Semana de Pasión. ¿Desenfrenada?

lunes, 18 de abril de 2011

MEMORIA DE LOS AFECTOS


Hay imágenes que se traban en la memoria y regresan cuando una menos lo espera. Vuelven para refrescar los recuerdos y hacen esbozar una leve sonrisa.
Son billete de ida a un viaje en el que, la mayoría de las veces, evocamos lo mejor de cada momento.
Miro la fotografía que un amigo desempolvó de su álbum tras dos décadas de letargo y podría recordar, con los ojos cerrados, cada detalle de las 10 personas reunidas: el tono de voz, las expresiones, las manías, confesiones inconfesables entorno a una mesa.
Instintivamente busco entre mis archivos imágenes de aquella época y regresan momentos casi borrados, recuerdos a veces desvanecidos, amigos que se han ido desdibujando al mismo tiempo que el color de las fotografías.
Memoria y olvido comparten espacio mientras se ordenan fechas y nombres. De pronto, se agolpan en un ir y venir de secuencias, como fotogramas de una antigua película en blanco y negro.
Algunos ya no están. Otros regresan con fuerza tras años de ausencia.
Pueden difuminarse los rostros pero los afectos se redescubren inquebrantables, a pesar -incluso- del tiempo transcurrido. En ocasiones con mayor intensidad.
Y compruebas que el tiempo pasado no siempre fue mejor. Quedarán imágenes y emociones por descubrir.

domingo, 10 de abril de 2011

SALARIO Y PRODUCTIVIDAD, DIFÍCIL MATRIMONIO

Parece que el actual modelo económico ha quedado obsoleto y algunos dirigentes tratan de inculcarnos la necesidad de ligar los salarios a la productividad. La crisis –dicen- nos obligará a cambiar el chip, a pensar en un mundo diferente, sobre todo en lo laboral. La fórmula no parece fácil y muchos son los inconvenientes.
El que encuentre el medio de establecer una regla objetiva y justa para establecer el sueldo en función de la productividad de cada individuo merecería un Nobel. La cosa se presenta complicada.
Si priman las horas de trabajo, hay muchos dispuestos a estar de sol a sol en su puesto tratando de aparentar un ajetreo que ni ellos mismos creen. Si la referencia es el volumen final, los hay que sacrifican sin ningún pudor la calidad si de ese modo engordan el resultado. Difícil encontrar un equilibrio.
Los plus de productividad -basados o no en estadísticas, y en cifras y gráficos a fin de mes- dependen siempre, en buena medida, de la voluntad del responsable de evaluar el resultado final. Es decir, están íntimamente ligados a la empatía entre jefe y subordinado, entre examinador y examinado, lo que les aleja claramente de cualquier atisbo de objetividad.
¿Por qué, si no, a mismo trabajo, a mismo objetivo cumplido, se aplica muchas veces diferente baremo? ¿Acaso por simpatía, por afinidad o para acallar ciertas voces incómodas?
Y después de despejar muchas incógnitas aún quedaría otra más: ¿quién evalúa al examinador, quién establece si el jefe cumple los requisitos establecidos? ¿Y al jefe del jefe?

viernes, 8 de abril de 2011

REPORTEROS SECUESTRADOS… ¿Y QUÉ?


Manu Brabo, reportero gráfico secuestrado en Libia por las tropas de Gadafi

Cuatro reporteros gráficos secuestrados en Libia por las tropas de Gadafi, a punto –dicen- de ser liberados, y poco más que contar. Nada se supo de ellos desde el momento de su detención, salvo sus identidades y nacionalidad. Entre ellos un español, Manu Brabo, cuya familia y amigos tienen el corazón encogido, conteniendo la respiración a la espera de una llamada telefónica.
¿Y qué hacemos?
Periodistas y reporteros acostumbramos a dar voz a colectivos, hacernos eco de los problemas ajenos, contamos con detalle las calamidades de otros, pero callamos las propias, como si fuesen delito.
Somos presa de una suerte de absurdo complejo de inferioridad, como si nuestros conflictos no pudiesen ver la luz, como si viviésemos en un limbo privilegiado, con un ridículo pudor a desnudarnos, solidarios con lo ajeno y recelosos con lo propio.
Contenemos la respiración cuando un freelance como Manu Brabo -y otros muchos- se enfrenta a un secuestro, pero nos cuesta decir que es –son- víctimas de una situación laboral cada vez más precaria, que les obliga a correr riesgos que no tendrían con la cobertura de un trabajo bien remunerado. Que lo hacen –sí- porque son reporteros de nervio, pero también porque tienen que llegar antes y mejor que nadie para conseguir la primera y mejor imagen o la crónica más rápida. En definitiva, para llegar a fin de mes.
Hablamos de penurias ajenas y callamos que también – en el mejor de los casos- somos víctimas de la precariedad y que eso nos obliga muchas veces a movernos en el filo de la navaja.
Y cuando un compañero es secuestrado nos echamos las manos a la cabeza. En el fondo, quizás prefiramos mirar a otros que reflexionar sobre nosotros mismos.
Probablemente no aguantaríamos la autocrítica.

viernes, 1 de abril de 2011

DELIRIO CARNAL

Sus miradas se cruzaron y se descubrieron de inmediato. Nunca se habían visto, pero un escalofrío les sacudió el cuerpo. Sintieron una conexión indescriptible.
Se examinaron minuciosamente hasta memorizar los pliegues de la piel que se intuían bajo la ropa.
No podían dejar de observarse, en la distancia, entre la gente.
Interpretaban un extraño ritual de seducción irreflexivo, incontrolado.
Se acercaban cada vez más, sin hablar, percibiéndose -inexplicablemente- más cómplices, más excitados.
De pronto, un leve roce con el dorso de sus manos.
Una nueva convulsión. Los pulsos acelerados. Se tomaron de la mano y buscaron, sin hablar, un rincón propicio y aislado.
Los cuerpos apretados. Los dedos entrelazados. Los labios húmedos.
Ella clavó los pechos en su torso como dos cálidos puñales. Él se entregó a la pasión con una furia arrebatada e irracional.
El pulso se aceleraba, desbocado, borrando cualquier rastro de cordura y de equilibrio. El encuentro –irreflexivo y precipitado- desató en ellos sensaciones antiguas.
Acarició su rodilla hasta colocarla sobre la cintura, suavemente, ahora sin prisa. Sus dedos se deslizaron entre sus muslos hasta hacerla estremecer una vez más. Recorrió de nuevo su espalda con parsimonia, intentando detener el tiempo.
De pie, apoyados en la pared, sus cuerpos se agitaban, sudorosos, en movimientos espasmódicos con ritmo desigual.
Los silencios húmedos no necesitaban explicación.
Ella sentía su respiración acelerada junto al oído, como un susurro, y ambos sincronizaban una excitación que iba elevándose hasta el delirio.
Se aproximaron pasos. La puerta. Alguien intentaba entrar al almacén. La agitación se disparaba. Se interrogaron con la mirada, la respiración entrecortada.
Él se giró y extendió su mano bruscamente, intentando detener aquel sonido.
El despertador marcaba las 7 de la madrugada. Lo habría asesinado.
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